miércoles, 21 de septiembre de 2016

Decimocuarto día. Despedida de Amberg y viaje a Bergamo






Dejamos atrás Amberg, su Ayuntamiento gótico en la Plaza del Mercado, sus puentes por encima del Vils (que discurre en algunos tramos por entre los edificios como en los canales de Venecia), sus parques muy cuidados y su multitud de rincones llenos de encanto.

La mañana comenzó muy temprano, pues a las 7.50 teníamos que estar todos en la estación de tren de Amberg. Hubo que madrugar, comprobar que no nos dejábamos nada atrás, revisar el equipaje. El tren salía a las 8.22, pero era necesario estar allí con antelación pues no es fácil mover un grupo de cuarenta personas.



 Algunas familias pudieron venir a acompañarnos, como Kathi y su padre, que quisieron decir adiós a Conchi, o la madre de Laura Tyl, que vino a despedirse de Alba. Al igual que pasó en Suecia, hemos contado con el cariño y la atención de las familias alemanas, que han estado pendientes de nuestros chicos y chicas durante los días de estancia. Hubo besos y abrazos entre familiares, hospedados y hospedadores, y muchas sonrisas de complicidad por los momentos vividos en estos seis días. Nos ha servido para conocer otra cultura, otras costumbres y hábitos diarios que aunque presenten sus diferencias, no dejan tampoco de ser en lo esencial muy parecidos a los nuestros.


La ruta de viaje para llegar a Bergamo era menor que la que nos trajo a Alemania, pero también implicaba unos cuantos cambios de tren: de Amberg se viajaría a Nuremberg (una hora escasa de viaje), donde se tomaría otro tren hacia Munich (München en alemán), que también nos llevaría el mismo tiempo. Desde la capital bávara tomaríamos a las 11.36 un tercer tren con destino Verona; este sería el trayecto más largo del viaje, cinco horas y media de viaje. A partir de ese momento no estaba fijado el horario de la última etapa, que dependería de la hora de llegada y nos permitiría tomar diferentes rutas para llegar a Bergamo en función de la hora. 

La planificación se pudo seguir sin problema; la media hora de espera en Nuremberg sirvió para aprovisionarse de víveres para el desayuno y el resto del día, y el siguiente tramo se cumplió sin atrasos. El trayecto de Munich a Verona sirvió para mucho. Viajar en tren es un placer, pues te permite disfrutar del paisaje y cuenta con un ritmo propio, más relajado y distendido, que invita a pensar, a relajarse, a charlar con los amigos. Como nos cuenta María, en el viaje a Verona dio tiempo de hablar de todo: de lo vivido hasta entonces, de lo que nos esperaba en Bergamo, de estrechar lazos con los componentes suecos, alemanes e italianos del proyecto, pues ese clima especial que se vive en el tren se siente igual por todas partes. 


Hablando del paisaje, el tren cruzó Austria, y esto fue lo que fotografió Conchi desde su asiento. Unas vistas espectaculares que despertaron la curiosidad de más de uno: ¿por qué no podemos pararnos y conocer también esta maravilla? Quién sabe, lo mismo damos ideas para un próximo viaje en tren por Europa...



El tren estaba un poco lleno porque se está celebrando el Oktoberfest ("fiesta de octubre"), la fiesta popular más importante de Alemania que tiene una duración de dos semanas y que comienza a mediados de septiembre. Muchas personas que habían acudido a Munich para conocer la celebración partían de la ciudad rumbo a sus casas, y la ocupación del tren era elevada; pero más que una molestia, pudimos vivirlo como algo grato, percibir el ambiente festivo en el tren y contagiarnos de la alegría de los que vuelven de una celebración. 

Por ese motivo la comida en el vagón restaurante se hizo un poco larga, pero ¿qué más daba? Nadie nos esperaba a ninguna hora en ningún sitio, y la filosofía del slow travel pasa por dedicarle al almuerzo, a la sobremesa y a la enriquecedora charla de los comensales el tiempo que se merece. De hecho, si echamos la vista atrás, seguro que siempre recordaremos esa larga comida a bordo del tren, en la que se habló de tantas cosas, y no todas esas veces que comemos deprisa, sin apenas intercambiar palabra, porque la prisa nos tiene atrapados. 



Cuando llegamos a Verona, decidimos seguir nuestro viaje vía Treviglio, localidad que se encuentra ya en la provincia de Bergamo, a 20 km escasos de dicha ciudad. 

Habíamos completado la última etapa de nuestro viaje en tren; en suelo italiano, con muchas imágenes grabadas en nuestra retina, iniciábamos ya la estancia final. Unas horas antes estábamos aún leyendo carteles en alemán en las calles, intentando descifrarlos. Ahora le tocaba el turno al italiano... Seguro que saldríamos airosos del reto.

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